J. J. Arreola: prodigios con la palabra escrita y con la palabra hablada.

Entrevista a Claudia Gómez Haro

 

Entrevista por: José Antonio Martínez, Itzel Ordóñez, Edder Tapia, Tzara Vargas

Texto por: José Antonio Martínez, Edder Tapia y Tzara Vargas

La tarea de reconstrucción de la vida y obra de Juan José Arreola (1918-2001) nos llevó al libro Arreola y su mundo (2002), escrito por Claudia Gómez Haro. Nuestra sorpresa fue que no se trataba de una novela, de una biografía o de un estudio crítico, sino de las charlas que su autora sostuvo con el maestro en el programa de televisión homónimo. Decidimos buscar a la autora para entrevistarla y descubrimos que se trataba de la Directora Académica del Centro de Cultura Casa Lamm.

El 22 de noviembre de 2017, cuatro integrantes del comité organizador de Varia Arreola fuimos recibidos por Claudia Gómez Haro en su oficina de Álvaro Obregón núm. 99. Con calidez y entusiasmo nos compartió su experiencia con el maestro y amigo Juan José Arreola. Sirva entonces este texto como breve testimonio sobre el origen del programa televisivo y el libro Arreola y su mundo, así como de la importancia del escritor jalisciense en la fundación y la elaboración del plan académico de Casa Lamm.

Arreola - Claudia Gómez Haro
«Jardín escultórico» Jorge Marín

Claudia Gómez Haro: Fue por los años ochenta que conocí a Juan José Arreola. Teníamos un taller de creación literaria, con él como maestro, en casa de mi hermana Germaine. Éramos un grupo de ocho, todas mujeres y todas estudiantes de Historia del Arte, pero nos gustaba la literatura. Habíamos asistido a muchas clases en la Facultad de Filosofía y Letras y también escribíamos. A partir del taller con Arreola, y gracias a la experiencia en Arreola y su mundo, no sólo fuimos sus alumnas, sino que nos hicimos grandes amigos.

Un día lo llamaron de Televisa para ofrecerle un espacio en Cablevisión, esto sucedió en 1990 Querían un programa con él, iba a ser en vivo, y como a Arreola le gustaba mucho la televisión aceptó la propuesta; de hecho fue él quien abrió este medio a los intelectuales, ya que en aquella época se negaban a aparecer en televisión y menos en Televisa. Siendo aún alumna de su taller, me pidió que fuera su conductora porque no quería a ninguna del Canal. Claro que yo le dije: “Por supuesto que no, está usted como loco, yo nunca he hecho televisión y luego con usted… no, no, no”. Entonces, la misma persona que lo buscó de Televisa, a quien yo conocía, se puso en contacto conmigo para decirme: “Mira Claudia, ya nos dijo Arreola que quiere que salgas tú. No seas tonta, haz este proyecto con él, vas a aprender y te vas a divertir mucho”. En fin, me animé. Y así es como nace el programa; así es como entré a este proyecto con Arreola.

Toda esa experiencia fue genial. Al principio yo estaba aterrada, como ustedes comprenderán. Luego me di cuenta que él hacía el programa solo porque Arreola, como el actor que también fue, tenía todos esos dones histriónicos, además de que era una biblioteca andante. Lo que no sabía lo inventaba y lo decía tan maravillosamente que le creías todo, era idóneo para la televisión. Mi labor, más que la de entrevistadora o conductora, era jalar los hilos para que volviera al motivo del programa. Arreola de repente comenzaba a hablar de una cosa y se iba a otra y a otra, ahí era cuando yo intervenía. Agradecía estar así con un hombre de esa magnitud, con esa manera de hablar, de solucionar las cosas, no había espacios en silencio. Arreola fue un artífice de la palabra; su hijo Orso dijo en alguna ocasión que hacía acrobacias verbales; realmente era fascinante. Aprendí muchísimo con él.

Antes de esto, en los años setenta hubo un programa que dirigía Miguel Sabido, en ese entonces director de canal 9, en el que siempre aparecía Arreola; me da la impresión de que ésa fue su primera incursión en la televisión. Esos programas también fueron muy buenos. Yo me acuerdo que era muy jovencita y los veía en mi casa, lo grababan con su atuendo característico en lugares como Jerez, Zacatecas, declamando por las calles a López Velarde. Aunque también el canal 11 o 13, no recuerdo cuál fue primero, ya había hecho programas con él, por ejemplo, hay uno grabado en el que están Borges y Arreola charlando en el Castillo de Chapultepec; éste es anterior a Arreola y su mundo, pero todas esas participaciones eran esporádicas. También recuerdo que lo invitaron de comentarista al Mundial de Fútbol Italia ‘90, el mismo año que comenzó nuestro proyecto; pero programas seriados de muchas sesiones yo creo que sólo fueron el de Sabido y Arreola y su mundo.

En un principio, el plan de Cablevisión era que el maestro hablara sobre el acontecer del mundo actual: en aquel entonces, la transición de los ochenta a los noventa, la desintegración de la URSS, la caída del muro de Berlín; no eran asuntos que Arreola dominara, mucho menos yo. Entonces, poco a poco empecé a cambiar el giro de las conversaciones; abarcaba temas que sabía que a él le apasionaban, sobre todo de literatura y arte. En el trayecto de su casa en Río Nilo a los estudios, le decía, por poner un ejemplo: “Hoy vamos a hablar sobre Baudelaire”. Él no necesitaba preparar nada porque todo lo tenía en la mente y en el corazón; yo sí, para ese momento ya había leído lo más que podía sobre la obra y biografía de Baudelaire, también preparaba con mi director de cámaras las fotos que se iban a proyectar y otros detalles por el estilo. Así fue como empezamos a abordar los temas que a Arreola le gustaban: siempre fueron sobre escritores, sobre poesía, sobre arte. En algunas ocasiones él me decía, hoy quiero hablar de box, ciclismo, ajedrez o pin-pong, porque también le encantaban los deportes. Yo no tenía ni idea, no sabía nada de eso, pero él lo hacía solo.

Rara vez invitábamos a otra persona al programa, recuerdo uno de ajedrez con Enrique Rocha, quien era muy buen jugador de ajedrez. En otros llegó a estar Antonio Alatorre, muy amigo de él y especialista en la lengua española; hablaron sobre literatura clásica española, sobre el Quijote y sobre Sor Juana. Y ahora que menciono al Quijote, casi todos los programas se grabaron en el estudio, pero también tuvimos grabaciones especiales; recuerdo uno muy bello que hicimos en el Museo Franz Mayer donde habló de la platería, de los muebles, de toda la maravilla del edificio y, sobre todo, habló del Quijote. La Biblioteca del Franz Mayer tiene una de las colecciones más bellas de ediciones del Quijote, así que no sólo habló de la obra, sino también de los libros tan hermosos que ahí tienen. Esos casos fueron excepcionales, generalmente se grababa en el estudio.

Los temas estaban relacionados con poesía, con literatura, sobre grandes personajes que él admiraba, por ejemplo, recuerdo que dedicó varios programas a la escultora francesa Camille Claudel. También le encantaba hablar de cine, hizo algunos programas sobre el cine francés de los años treinta, que era el que más le gustaba, decía que el cine había terminado en Francia en los cincuenta; yo no tenía ni idea, a mí me gustaba Visconti, Fellini, todos ellos, pero a él no le interesaban. Para esos programas logré conseguir con mi hermana, que viajaba bastante a Francia, las películas del cine de oro francés, me sirvieron bastante para ilustrar los programas. En fin, sabía mucho de cine, de música; conocía todas las áreas, ya les dije, hasta de deportes; sabía quién era el campeón de la Tour de France y quiénes eran los boxeadores tal y tal. Decía que le gustaba coleccionar nombres de deportistas en su memoria. Sin embargo, hizo una crítica que ahora es evidente. En varios programas habló del origen del deporte: cómo nace en Grecia, cómo se desarrolla ligado siempre a la religión, casi como una inspiración divina de culto al cuerpo y la competencia; pero nunca mezclado con tanto dinero. Él predijo lo que ahora sucede con los deportes. Si viera lo que pasa ahora con la FIFA, lo que ganan los tenistas, los boxeadores. Era un hombre que sabía de todo, tenía una memoria prodigiosa y era un verdadero autodidacta.

Siempre se iba conmigo al estudio, rara vez se iba solo. Pasaba a recogerlo a su casa ya que él no tenía auto ni sabía conducir. En una ocasión, recuerden que el programa era en vivo, no llegaba, entonces vino a mí el director y me dijo: “Empieza tú a platicar, ya llegará él”. Se imaginarán cómo fue aquello, yo estaba helada sin saber qué decir ni qué hacer y pues no me quedó de otra que comenzar ese programa sola. Y de repente llega él con su capa, su sombrero, partiendo plaza, declamando. Cuando terminó el programa le dije: “Maestro, se me hace que esto me lo hizo adrede, no me lo vuelva a hacer”, ¡pero por supuesto que lo hizo adrede! Él era actor y quería entrar como todo un personaje con su capa, su sombrero y declamando poesía, mientras yo sufría sin saber cómo iba a llenar ese tiempo con mi charla.

Era genial, era un gran actor, ya saben ustedes que estuvo un tiempo en Francia estudiando teatro con el actor Louis Jouvet y llegó a actuar en la Comédie-Française. Me parece increíble que un muchacho tan joven, de un lugar pequeño como Zapotlán, bueno, hoy se llama Ciudad Guzmán, llegara a convertirse en un hombre tan culto, con tantos dones y que además fuera actor de la Comédie-Française. Algo muy similar sucedió cuando vino Neruda a México y pasó por Zapotlán el Grande, el mismo Arreola me lo platicó: se encontraron y tuvieron una gran conversación, él conocía muy bien la vida y obra de Neruda. El poeta quedó tan gratamente impresionado por el joven Arreola que lo invitó a irse con él a Chile como su asistente. No pudo aceptar la invitación porque sufrió una oclusión intestinal y se puso malísimo; si no, claro que se hubiera ido con Neruda.

El término de Arreola y su mundo fue muy curioso y a mí me sorprendió bastante. Fíjense que a pesar de que a él le daban todo lo que quisiera en Cablevisión, el tiempo que quisiera, yo jamás supe cuánto le pagaban, pero le pagaban bien. A pesar de todo, un día simplemente dijo: “Me voy” y dejó todo porque lo nombraron Director de la Biblioteca de Guadalajara. Arreola tenía, no la fijación, pero sí una admiración por su gran amigo Borges, y como fue director de una biblioteca, pues Arreola se sentía igual, se sentía Borges en la Biblioteca de Guadalajara. Se fue para allá y nunca regresó. Estoy segura que el programa hubiera seguido varios años más. A partir de ese momento sólo venía de visita, pero ya no regresó a vivir a México.

Arreola y su mundo - Claudia Gómez Haro

Arreola tenía la ilusión de que todos esos programas se editaran en un libro, él me lo comentó más de una vez, pero lo fuimos postergando. Cuando murió yo me sentí con el compromiso de rescatar todo lo que pude, fueron cerca de 400 horas grabadas. Desgraciadamente no pudimos conseguir todo el material. Aún trabajaba en Cablevisión Luis García Leal, el productor de Arreola y su mundo, a él le pedí que recuperara los programas. Con el material conseguido se hizo el libro. Recuerdo algunos programas memorables, por ejemplo, una sesión de cinco programas sobre Marcel Proust, ¡fantásticos, divinamente ilustrados, porque él adoraba a Proust! No pudimos rescatar todo eso.

Ya que recuperé los programas… ¿Ustedes saben lo que cuesta transcribir ese material?, es un trabajo bárbaro y más con Arreola. Socorro Hinojosa estaba aquí como maestra de Creación Literaria, le pedí a ella que se hiciera cargo de la transcripción tal cual de todas las cintas: Luis consiguió el material, Socorro hizo la transcripción y yo lo ordené. Cuando ya tenía todo acomodado, me entró la duda: “¿Habrá aquí información que no sea cierta o algunos datos no sean exactos?”, entonces, le pedí a Orso que me ayudara con eso. En fin, así le dimos forma al libro, pero eso sí, siempre fieles al tono de Arreola.

Justo la época en que terminé el libro coincidió con un homenaje que le hicieron al maestro en Bellas Artes. Tuve la enorme fortuna de que fuera publicado por Alfaguara, INBA y Conaculta; Felipe Garrido estaba entonces en la parte editorial de Conaculta, les mostré el material, les interesó y lo publicaron. Me dio gusto que el libro de Arreola fuera publicado por buenas editoriales. La portada la eligieron ellos de una foto que tenía Orso, creo la tomaron en La Casa del Lago, cuando fue director. Arreola también le dio una vida increíble a La Casa del Lago, ahí impulsó mucho el teatro: dio espacio para que se representara la única obra dramática de Octavio Paz, La hija de Rappaccini, en la cual, junto con otros escritores, actuó el propio Arreola.

Eso sí, el contacto con él jamás lo perdimos: fue uno de los inauguradores de Casa Lamm, fue nuestro padrino. Esta oficina antes era un café en donde hizo varias veladas poéticas; la última fue con una chica que tocaba el chelo mientras él declamaba, se coordinaban divinamente; ¡las veladas eran preciosas! Cuando se arma el proyecto de Casa Lamm, en 1993, lo primero que hicimos fue invitarlo para que nos asesorara en el área de Literatura y Creación Literaria, un proyecto que siempre quiso tener: él fue uno de los iniciadores de los talleres aquí en México. Entonces, claro, cuando le presentamos este proyecto le fascinó. Él diseñó el programa de los primeros cursos que se impartieron aquí, que en realidad eran diplomados en creación literaria.

Cuando venía a la ciudad siempre nos visitaba: a Casa Lamm, a la librería, a checar los cursos, a dar conferencias. Otra idea genial de él fue invitar aquí a los libreros de viejo que se ponían en la plazoleta para vender sus libros todos los domingos, por cierto, esta plazoleta se llama Juan José Arreola en su honor. Esa fue una idea que nos contagió, nos entusiasmó y así lo hicimos. Siempre que nos visitaba se le ocurría algo nuevo; fue una persona muy activa en Casa Lamm y parte esencial del área de Literatura y Creación Literaria. Ha funcionado muy bien y todo es gracias a Arreola, la semilla la sembró él; varios de los escritores que formó, como Beatriz Espejo o René Avilés Fabila, a su vez, han formado a otros escritores aquí en esta institución.

El diseño de Arreola, que al principio lo ocupamos para diplomados, pasó a ser el programa de nuestra maestría: el contenido es prácticamente el mismo, lo registramos ante la SEP con todos sus requerimientos. Para los talleres de dramaturgia y los cursos de teatro contemporáneo se invitó a Hugo Argüelles, pero todo bajo la asesoría del propio Arreola. El maestro murió y ya no pudo conocer los programas de licenciatura y doctorado; la licenciatura se diseñó con las mismas bases, pero con modificaciones de nuestros profesores según lo que cada uno quiso abarcar.

Casa Lamm
Casa Lamm

También debo decirles que tuvimos un proyecto llamado Centro de Escritores Juan José Arreola con diferentes apoyos, como la Fundación Alejo Peralta. Se realizó un concurso de proyecto de novela a nivel nacional y los cinco jóvenes que ganaron el concurso trabajaron su novela aquí, en Casa Lamm, con Beatriz Espejo, René Avilés Fabila y Guillermo Samperio, los dos primeros alumnos del Maestro. Uno de los becarios de ese Centro de Escritores fue Eduardo Antonio Parra, quien trabajó y publicó su primera novela con nosotros; ahora es bastante reconocido, ha ganado varias becas, entre ellas la John Simon Guggenheim Foundation y es uno de los escritores jóvenes talentosos que tiene México.

En esa misma época se editó aquí una nueva revista que se llamaba Nuevo Mester, haciendo alusión a la revista Mester de Arreola de los años sesenta. La portada del primer número es un rostro de Arreola que nos proporcionó Luis de la Torre Ruiz, ilustrador del suplemento “El Búho”, de Excélsior, a cargo de René Avilés Fabila. Desgraciadamente no pudimos mantener el Centro. Estos cinco escritores sí terminaron su novela, pero no nos fue posible conseguir más apoyos y la finalidad del proyecto era otorgar becas por uno o dos años para que los escritores no se vieran en la necesidad de trabajar en ese periodo.

Yo pienso que la contribución más importante del maestro es su obra. Su gran obra fue la escrita; pero yo pienso, y eso lo dije una vez que me entrevistaron poco después de su muerte, que en realidad dejó de escribir, o por lo menos de publicar durante la última etapa de su vida, por decisión propia. Arreola continuó su obra a través de la palabra. Para mí, esa es la gran importancia de Arreola. Muchos criticaron que había escrito muy poco, ya no escribía porque era muy especial y crítico con su trabajo, pero continuaba su obra a través de la palabra. Como dice su hijo Orso, fue el último juglar. Su manera de hablar, de comunicarse, de declamar, de decir pasajes enteros de libros de memoria, es parte de su obra pero poca gente lo entiende. Él hizo prodigios con la palabra escrita y prodigios con la palabra hablada. Yo siento que ese es su enorme valor.

Arreola me decía: “Yo soy un desollado, Claudia” y era cierto, era tan sensible que estaban a flor de piel todos sus sentidos. Recuerdo cuánto sufría con Camille Claudel, la escultora que fue pareja de Rodin, el gran escultor de su época. Rodin se da cuenta del talento de Camille y le pone el pie encima para que nunca llegue a ser tan reconocida como él, terminó su vida loca en un manicomio. Arreola hablaba maravillas de esta escultora.

Un día me di cuenta que en el Cine Latino iban a proyectar una película sobre su Camille, así que llevé al maestro a verla: salió llorando, sufría por esa mujer. Me acuerdo que se me fue, se saltó las butacas, estaba lleno el cine, y se fue; no lo pude ni perseguir ni llevar a su casa, tomó un taxi y se fue. Al día siguiente le dije: “Maestro no me haga eso, estoy preocupada, le pudo haber pasado algo”, “No, no, yo no pude, no pude más, viví el sufrimiento de esa mujer, su locura… que no era locura me dice, era locura de amor, pero no locura mental, te lo voy a demostrar, Claudia” y me regaló un libro de las cartas de Camille Claudel cuando estaba en el manicomio: “¿Tú crees que esto es de una loca?”. Hizo también un programa sobre las cartas que ella escribió, fue maravilloso. Ahora me doy cuenta que era una persona realmente sensible, “a flor de piel” como él decía. Sí, fue un personaje único dentro de la historia de nuestras letras. En México tenemos una enorme riqueza de poetas, de narradores, de pensadores, pero la personalidad de Arreola era única; nadie como él.

Algo que también me encantaba del Maestro era su capacidad para inventar, para jugar con las palabras. Les digo que lo que no sabía lo inventaba, como escritor de fantasías, de mundos inexistentes; no importaba lo que decía, ¡qué más daba si era verdad o no! Les voy a contar otra anécdota, muy tonta, pero creo que ejemplifica esto. Mi familia nunca se perdía los programas, imagínense la emoción que les causaba que yo apareciera en televisión. Entonces, mis hermanas decidieron hacerme una broma. Para esto, había llamadas en vivo al programa y yo, que no tenía tanta experiencia, leía todas las tarjetas que me pasaban; alguien con experiencia se da cuenta y dice ¡ah no, ésta no la paso!, pues no, leí una que decía: “¿Puede usted definir o explicar qué quiere decir la Espada desenvainada de Mustafá?” En cuanto la leí me di cuenta de quién la había mandado. Mis hermanas y yo le pusimos de apodo a mi mamá Mustafá, porque era muy dominante. “Que ya sacó la espada desenvainada Mustafá”, era un lenguaje críptico de nosotras. Arreola se echó un discurso de Mustafá y de una espada desenvainada. Me cuentan mis hermanas que cuando vieron el programa se tiraron al suelo de la risa. Así era de genial, sabía muchísimo y si algo no lo sabía no le importaba, te envolvía de tal manera que todo era bello y válido. Esa verdad te está diciendo otras cosas; la manera de narrar es lo que vale la pena. Y como esa de Mustafá quién sabe cuántas más hizo.

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