Los cuadernos del Unicornio de Juan José Arreola

Johann Rodrigo Romero Ayala

Colegio de Letras Hispánicas

Tomas el libro sobre tus manos y abres poco a poco sus páginas: tu primera lectura es siempre una lectura táctil. Hay libros que te invitan a salir con ellos, que puedes llevarlos de aquí y allá, y hay otros que te obligan a sentarte a contemplarlos, por ejemplo Punta de Plata de Juan José Arreola y Héctor Xavier. Hace ya 60 años que Juan José Arreola realizó este bello libro y, a la par de esta obra, coordinó una serie de publicaciones de jóvenes escritores: Los Cuadernos del Unicornio (1958-1963). Al tratar esta faceta del escritor jalisciense, me interesa destacar dos vertientes entorno a los Cuadernos: por una parte, la cuestión editorial, el soporte; por otra, lo significativo que resulta esta serie de publicaciones, pues son, ante todo, una apuesta por los jóvenes escritores.

 

LA EDICIÓN

Arreola mantiene una línea muy importante entre el texto y el libro. Ulises Carrión dice que los escritores no hacen libros, sino que hacen textos[1]; en el caso de Arreola, no sólo hace magníficos textos sino también grandes libros. Como él mismo recuerda, esta vocación comenzó desde muy joven: “Y así, a los doce años de edad, entré como aprendiz al taller de José María Silva, maestro encuadernador, y luego a la imprenta del Chepo Gutiérrez. De ahí nace el gran amor que tengo a los libros en cuanto a objetos manuales”[2].

Algo interesante de esta serie son sus dimensiones; miden aproximadamente 24 cm de largo. Se trata de una serie de plaquettes que funcionan muy bien como soporte para textos breves: poesía, ensayo y cuentos. Los Cuadernos del Unicornio reciben este nombre por el dibujo de Héctor Xavier que ilustra las portadas, un bello unicornio que tiene su cuerpo construido por una espiral ascendente, al igual que su  cuerno que también es una espiral. Esta imagen sería determinante también para definir el diseño de la famosa colección: “Tenía mucho tiempo de esperar un unicornio como el que me dibujó Héctor Xavier, por eso diseñé un tipo de plaquette con un formato alargado, para que cupiera el cuerno del unicornio”[3]

La otra particularidad de la edición es su tipografía. Arreola ocupa el diseño de Giambattista Bodoni, a quien se consideró “El rey de los impresores” a finales del siglo XVIII, por la calidad y belleza de su trabajo. La tipografía Bodoni se caracteriza por el contraste entre los trazos gruesos y finos y por una fuerte modulación vertical, por lo que la caja del diseño tendía a hacer uso de blancos para generar más espacio y resaltar esos contrastes, lo que favorecía que visualmente las cajas de las páginas tuvieran más aire en la página. Esto ayuda mucho para los textos breves, principalmente para la poesía. Por ejemplo Sonetos de lo diario de Fernando del Paso, quien en aquel momento tenía 23 años, tiene esta característica en su diseño editorial.

Tipografía Bodoni
Tipografía Bodoni

Visualmente, estas características llaman la atención, pues permiten leer el texto de diferente manera. Además, contribuyen a proporcionar belleza y delicadeza al libro. Son cuadernos de lectura fácil, que beneficia la apreciación del texto literario y no exigen mucho tiempo de lectura, regalando una experiencia efímeramente placentera y atenta. El lector también aprecia el libro como objeto, se detiene en su formato. Incluso en algunos Cuadernos del Unicornio puede sentirse el relieve de las letras.

Este tipo de libros por lo general son de un tiraje corto por cuestiones de costo y tiempo. Lo más que se logró imprimir fueron 500 ejemplares, pero sólo en algunos casos; en otros sólo se imprimían 20 o 100. Por esta razón, hoy es difícil encontrar la colección completa. Sin embargo, gracias a la biblioteca de José Luis Martínez uno puede tener esta experiencia de lectura táctil y visual. No son ediciones propiamente “comerciales”[4], sino más bien para amigos o conocidos dentro del círculo literario; por ejemplo, según contó la maestra Beatriz Espejo en una charla en Casa de Lago, cuando se publicó su libro en la colección creada por Arreola, el papá de la escritora compró casi todos los ejemplares.

 

LA APUESTA POR LA JUVENTUD

Una de las características más importantes de Los Cuadernos de Unicornio fue su apuesta por los jóvenes escritores. En esta serie, Arreola publicó a José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Beatriz Espejo, Vicente Leñero, entre otros escritores, cuando tenían entre 19 y 26 años. La otra hermana de Beatriz Espejo fue la primera de estas publicaciones.

Admiradora y discípula de Julio Torri, Beatriz tenía una inclinación natural por el texto breve y por esa forma ya casi olvidada que es el poema en prosa. “Su opúsculo fue muy bien recibido y pronto otros autores se presentaron en mi casa de la Calle de Varsovia […] y un poco más tarde en la de Río Elba 32, donde se estableció el domicilio formal de Los Cuadernos del Unicornio.[5]

En aquella charla que dio, la maestra Beatriz Espejo mencionó que consideraba sus textos como jóvenes. Sin embargo, Arreola supo mirar en ellos un futuro; como maestro, apostó por la juventud, se arriesgó a publicarlos y supo ver en ellos una nueva literatura mexicana. En innumerables entrevistas y testimonios hablan de la generosidad de Arreola al ofrecer su tiempo para dar el taller, para corregir los textos. El tiempo no era medido por horas sino con palabras. La dinámica consistía en que los autores le entregaban sus textos a Arreola para que él los leyera en voz alta y, conforme leía, cuando había un tropezón de orden rítmico se detenía y corregía. La corrección en nuestros días se ha vuelto una práctica olvida. No muchos se detienen en leer y corregir, en borrar y considerar cada hecho algo más perfectible. Por ello, el taller también es un acto de humildad, de saber que la palabra y los textos se trabajan y son maleables. José Emilio Pacheco dice en su prólogo de Tarde o temprano: “No acepto la idea de ‘texto definitivo’. Mientras viva seguiré corrigiéndome”.[6] Me parece que esta es la línea por la que el taller de Arreola se sostuvo: la de correción.

Cuadernos Del Unicornio

A pesar de que los textos pasaban por las manos del Maestro, nunca hubo una imposición de estilo por parte de Arreola, sino que se trabaja el de cada autor. Vicente Leñero cuenta una anécdota de cuando ganó el primer y segundo lugar en un Concurso Nacional Universitario en el que Rulfo y Arreola eran jurados. Uno de los cuentos, “La polvareda”, tiene un estilo basado en Rulfo. Vicente Leñero, entusiasmado por haber recibido un premio con Rulfo como juez, quiso agradecerle en persona. Rulfo le dijo “No, no, no… ni te entusiasmes, el premio lo obtuviste no por unanimidad, sino por mayoría; hubo uno que votó en contra tuya y ese fui yo”[7]. Después de esas palabras, Leñero buscó a Arreola y comenzó a asistir a su taller, en el que poco a poco ya no escribía «a manera de», sino desde su propio estilo.

Lo importante en un taller es que el autor encuentre su propia voz. Según el propio Arreola, intentaba leer en voz alta como si fuera un actor del texto, tratando de entender la voz poética de los personajes. Era una experiencia de apropiación, una práctica de empatía para entender al otro. Encontramos el retrato de un maestro que en su taller dio un espacio a escritores jóvenes, un espacio para poder ser leídos. A partir de este taller, Juan José Arreola tuvo el material para emprender la serie de Los Cuadernos del Unicornio, en la que se publicaron varios de sus participantes.

Los Cuadernos del Unicornio también fueron publicados escritores de otros países y otros ya reconocidos como Rubén Bonifaz Nuño. Sin embargo, quisiera resaltar la confianza que puso Arreola en los jóvenes escritores; sus cuadernos los pienso también como esos apuntes que alguien más puede leer como una obra del editor. Pero, mejor que sea el mismo Juan José Arreola quien nos hable de esta postura:

Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.[8]

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Bibliografía

Arreola, Juan José, “Memoria y olvido” en Confabulario, México, Joaquín Mortiz, 1984.

_______________, El último juglar, México, Diana, 1998.

Carrión, Ulises, El arte nuevo de hacer libros/ The new art of making books, México, Creative Common, 2016.

Mata, Oscar, Juan José Arreola, maestro editor, México, Ediciones sin nombre Conaculta, 2003.

Noche González, Miguel, Bodoni tipografía, Issuu, consultado en línea: [https://issuu.com/miguenochegonzalez/docs/revista_terminada].

Pacheco José Emilio, “Nota” en Tarde o temprano, México, FCE, 1980, 10.

Palafox, Nelly “Arreola, editor, Del Paso, biógrafo” en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, noviembre-diciembre del 2015.

Pazarín, Víctor Manuel (antologador), “Vicente Leñero” en Arreola, un taller contínuo, México, Agata, 1995.

 

[1] Ulises Carrión, El arte nuevo de hacer libros/ The new art of making books, México, Creative Common, 2016  p. 9.

[2] Juan José Arreola, “Memoria y olvido” en Confabulario, México, Joaquín Mortiz, 1984,  p. 9

[3] Juan José Arreola, El último juglar, México, Diana, 1998, p. 331.

[4] Oscar Mata, Juan José Arreola, maestro editor, México, Ediciones sin nombre Conaculta, 2003, p. 86.

[5] Op. cit, El último juglar, p. 331.

[6] José Emilio Pacheco, “Nota” en Tarde o temprano, México, FCE, 1980, 10.

[7] Víctor Manuel Pazarín (antologador), “Vicente Leñero” en Arreola, un taller contínuo, México, Agata, 1995, p. 39.

[8] Juan José Arreola, “Memoria y olvido” en Confabulario, México, Joaquín Mortiz.1984, pp.10-11.

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