Juan José Arreola y Alfonso Reyes: una relación de mecenazgo literario

Aurelio Herrera

Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa

 

Encuadernador, abonero, tepachero, cuidador fracasado de gallinas, vendedor de zapatos, recitador, traductor, impresor; Juan José Arreola se desempeñó en diversos oficios a lo largo de su vida y, como buen conversador, conoció innumerables personas no sólo del ámbito literario sino también de la cultura popular y de la esfera política mexicana. Se podrían trazar historias de muchas de estas relaciones; sin embargo, hubo una que, como una sombra que permanece siempre junto a nosotros, acompañó a Juan José Arreola a partir de un momento decisivo en su vida: su tan anhelado viaje a París.

El personaje al que me refiero, ya había desempeñado una carrera diplomática y social en la capital francesa entre los años 1924 y 1927: Alfonso Reyes. Aunque no tan cercana como la entrañable amistad con Antonio Alatorre, la relación Reyes y Arreola se basó principalmente en el apoyo en el ambiente literario, ya para continuar los estudios del jalisciense, ya para que formara parte de un equipo editorial.

Siempre preocupado por el surgimiento de nuevas figuras en la república de las letras, Alfonso Reyes tenía su propio talento: sabía perfectamente quién tenía el potencial necesario para destacar en el mundo literario. En su momento, Reyes brindó su apoyo a jóvenes creadores que se convirtieron en figuras destacadas, como el propio Octavio Paz. Arreola fue sin duda uno de estos talentos con los que don Alfonso no escatimó al momento de brindarle apoyo, siempre y cuando hubiera resultados.

 

El anhelo parisino

Volviendo al origen de esta relación, recordemos que uno de los grandes sueños del joven Arreola era viajar a París. El primer rumor de esa palabra se remonta a una experiencia infantil en la que el futuro escritor, entonces de tan sólo cuatro años, se encontraba perdido junto con sus hermanos en la oscuridad de las montañas de Zapotlán. Juan Cameros, hijo del maestro peluquero Ramón Cameros y amigo del padre de Arreola, los encontró y, al entregarlos a su madre, “dijo con una voz como inspirada: «Aquí le traigo a los niños perdidos de París». Ésa fue la primera vez que yo escuché a una persona pronunciar la palabra ‘París’”[1].

Pero su conocimiento no se limitó tan sólo a la palabra. Posteriormente, gracias a la suscripción de su padre a la Revista de Revistas, Arreola tuvo su primer contacto con la capital de Francia a través de las fotografías impresas en el suplemento cultural y de los artículos que escribían los corresponsales mexicanos que estaban en dicha ciudad en ese entonces, como José Juan Tablada y Arqueles Vela.

El gusto por París y su posterior idea de estudiar teatro en esa capital, se reafirmaron con el conocimiento de uno de los hombres que Arreola más admiró: Louis Jouvet. “Un día me entero que desde 1943 Jouvet había salido de Francia con una compañía improvisada por actores que se la jugaron con él”[2]. En efecto, debido a la ocupación alemana, Jouvet se vio forzado a cerrar su teatro. Sin embargo, gracias a sus buenas relaciones con las autoridades de París, recibió apoyo tramitando un salvoconducto a favor de él y su compañía, y se embarcó en un viaje rumbo América Latina, donde recorrió Brasil, Buenos Aires, Santiago y, por supuesto, México: “Cuando la colonia francesa de Guadalajara se enteró de la inminencia de su viaje a México, empezó a solicitarle a Educación Pública y a Relaciones Exteriores su intervención para que viniera. Jouvet acepta la invitación de Guadalajara, y viaja en tren desde México”[3].

La Comedia Francesa de Jouvet llega en junio de 1944 a Guadalajara para presentar en el Teatro Degollado varias obras de su repertorio. “De tan magno acontecimiento –nos dice Arreola– me enteré de manera inesperada a través de los anuncios colocados en algunas paredes de las calles más céntricas de la ciudad y en los aparadores de las tiendas más concurridas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi el rostro de Louis Jouvet pegado en el escaparate”[4]. Con ramo de rosas en mano, Arreola recibe a Jouvet en la estación de trenes. Posteriormente, lo intercepta en el Teatro Degollado y le habla en un francés débil pero entendible: “En esa breve charla, Jouvet se dio cuenta de que yo conocía demasiado su vida y sus amores”[5]. Arreola consigue una cita para hablar formalmente con Jouvet en el Hotel del Parque: “Le dije que una de mis mayores ilusiones era estudiar teatro en París”[6], a lo que Jouvet le contesta: “En cuanto termine la guerra, que ya está por terminar, yo te apoyo para que te vayas a París a estudiar teatro”[7].

 

La mano de Alfonso Reyes

Lo único que necesitaba Arreola era una carta formal de Jouvet para solicitar su beca a la embajada francesa. “Presenté al embajador de Francia en México la solicitud de beca, acompañada con algunas cartas de recomendación de algunos de los más notables escritores de México”[8]. Uno de esos “notables escritores” era Alfonso Reyes. Este último concedió la carta con una condición: Arreola tendría que escribirle continuamente para mantenerlo al tanto de sus proyectos y adelantos. Preciso transcribir la carta, hoy poco conocida, debido a su valor documental.

                                                     México, D.F., a 26 de septiembre de 1945.

Excmo. Sr Maurice Garreau-Dombasle

Me es grato apadrinar ante V.E., en nombre propio y de El Colegio de México, cuya Junta de Gobierno presido, la solicitud del señor don Juan José Arreola para obtener una beca  francesa destinada a los jóvenes mexicanos que desean perfeccionar alguna especialidad en París. Nos constan las virtudes y merecimientos del interesado.

                                                                                                                                 Alfonso Reyes[9].

Este fue uno de los primeros contactos que Arreola tuvo con Alfonso Reyes. Sin embargo, al igual que muchos de los personajes que conocería posteriormente, el primer acercamiento a la figura de Alfonso Reyes fue gracias a la lectura de un suplemento semanal:

 Ahora que menciono a Reyes, me acuerdo que fue gracias a Revista de Revistas que lo conocí. Leíamos, junto con esta publicación que era excelente en los años veinte y treinta, El Universal Ilustrado y Jueves de Excélsior. En Revista de Revistas, don Alfonso venía retratado, junto a la “Elegía de Ítaca”, con traje de golfista, cachimba y gorra deportiva. Estaba muy gallardo, en el campo, de cuerpo entero, con un pie puesto sobre una piedra. El pie de grabado decía: “Alfonso Reyes en Roncesvalles”[10].

 

La aventura del Fondo de Cultura Económica

A su regreso de París, Arreola ingresó al Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica el 2 de mayo de 1946. Tres meses antes había entrado el primer mexicano: Antonio Alatorre, cuya amistad fue vital para convencer a Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas del ingreso de Arreola. En palabras de nuestro autor: “Los miembros del famoso Departamento Técnico eran: Joaquín Díez Canedo, Julián Calvo, don Sindulfo de la Fuente, Eugenio Ímaz y Luis Alaminos, todos ellos españoles, mexicanos nada más estábamos Antonio Alatorre y yo que acababa de entrar”[11].

Y no era gratuito que la mayoría fueran españoles. Durante los meses de julio y agosto de 1936, Alfonso Reyes fungía como embajador en Argentina y observaba el avance de la Guerra Civil Española. Reyes, con ayuda de Cosío Villegas, concibió la idea de invitar a México a algunos de los más eminentes españoles que, a consecuencia del triunfo militar, no podrían hacer su vida literaria en su país. A mediados de 1938, los primeros refugiados comenzaron a colaborar con el FCE.

Pero Arreola no sólo formó parte del Departamento Técnico de lo que sería la editorial con mayor presencia en América Latina, sino que fue aquí donde publicó su primer libro; después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasó a figurar en el catálogo de autores, nuevamente con la venia de Alfonso Reyes:

Desde 1946 don Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas fundan la colección Tezontle. Precisamente en esta colección publiqué mi primer libro: Varia invención, en 1949, cuya portada lleva una viñeta de Juan Soriano. Alfonso Reyes y Joaquín Díez-Canedo apoyaron su publicación[12].

En la capilla Alfonsina de la UANL, se puede encontrar un volumen con clasificación PQ7297/A773/V3, dedicado a Alfonso Reyes y firmado de puño y letra por Arreola.

Dedicatoria de J. J. Arreola

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Don Alfonso Reyes, este libro que le debe la vida.

Juan José Arreola

Noviembre 21-49

 

Hay que recordar que a partir de 1948 la dirección del FCE pasó a manos del argentino Arnaldo Orfila Reynal, quien no sólo mantuvo los buenos lazos con el Colegio de México, sino que dio nuevo impulso a la editorial al crear otras colecciones importantes, como los famosos Breviarios[13]. La colección ya había sido ideada y proyectada por Alfonso Reyes y Cosío Villegas; sin embargo, carecía de nombre. Gracias a un concurso lanzado por esos años entre los miembros tanto del Fondo como del Colegio para nombrar la colección, salió un ganador: Juan José Arreola.

Es oportuno decir que, junto con el cambio de administración, y siendo jefe Orfila, Arreola deja la editorial:

Salí del Fondo de Cultura, entre otras causas, por ser acusado de parlanchín y alborotador. Orfila Reynal, sucesor de Cosío Villegas, nos puso a todos a trabajar, y como nos puso a trabajar en serio, pues a los pocos días, semanas o meses yo salí del Fondo, disparatado. Me llamó una vez a la dirección y me dijo: “Usted dirá lo que quiera, que aquí todos flojean, pero su voz es la única que se oye desde aquí donde estamos; si los demás platican yo no sé[14].

 

La herencia de Alfonso Reyes

Un año antes, a finales de 1947, don Alfonso Reyes había dado una beca a Juan José, sin ser universitario ni académico, para ingresar al Colegio de México con el fin de realizar un proyecto de investigación: un vocabulario agrícola, ganadero y artesanal del sur de Jalisco, teniendo a Zapotlán el Grande como capital lingüística. Arreola diría acerca de esa etapa de su vida: “entre las gentes que recuerdo con afecto y admiración, y que fueron compañeros de todos los días en El Colegio, está Ernesto Mejía Sánchez, José Durán, Alfredo Sancho y Augusto Monterroso”[15].

Finalmente, es preciso mencionar dos sucesos clave en la vida de Arreola en donde se percibe la sombra de Alfonso Reyes. El primero es la publicación de Confabulario dentro de la colección Letras Mexicanas. Durante más de dos años se estuvo elaborando el plan de la colección, ideada por Alfonso Reyes, que originalmente se llamaría Biblioteca de Autores Mexicanos. Al final, devino sólo en Letras Mexicanas, cuyos primeros títulos aparecieron entre abril y noviembre de 1952. Los tres primeros títulos fueron los siguientes: Obra poética de Alfonso Reyes, Confabulario de Juan José Arreola y el Nuevo Narciso y otros poemas de Enrique González Martínez. Para exponer la importancia de este punto, transcribo el testimonio de Díez-Canedo respecto al libro de Arreola:

Arreola, tiene usted suerte, su libro se programó originalmente para editarse dentro de un año, pero los responsables de la colección acordaron que los primeros números de la colección, y de manera general toda la colección, se alternara en la medida de lo posible publicando una obra de un escritor consagrado y otra de un autor joven o no conocido. Usted reúne dos características que nos resultan apropiadas: es joven y es poco conocido para el gran público, por eso me es grato comunicarle que Confabulario será el número dos de la nueva colección de Letras Mexicanas, puesto que el primer título será de nuestro ilustre Alfonso Reyes, así que usted irá publicado nada menos que entre Alfonso Reyes y su paisano Enrique González Martínez, ¿qué le parece?

En la capilla Alfonsina de la UANL, se puede encontrar un volumen de Confabulario con clasificación PQ7297/.A773/C6 dedicado a Alfonso Reyes por Juan José Arreola.

Dedicatoria de J. J. Arreola

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Don Alfonso, poniendo entre el 1 y el 2 de esta colección, una infinita gradería de admiración y de respeto.

Arreola. Octubre de 1952

El segundo suceso se trata de la beca que Arreola recibe del Centro Mexicano de Escritores, liderado por Margaret Shedd. En el Diario de Alfonso Reyes, hay una entrada al respecto:

México, viernes 30 de junio 1950

Mañana: despacho en casa y entrevista con la novelista norteamericana Margaret Shedd, que ha fundado una ¿escuela de escritores? en México, y quiere tres becarios mexicanos.[16]

Poco más de un año después Alfonso escribiría:

México, martes 17 de julio 1951

Despacho en Colegio de México. Almuerzo con los cinco becarios vencedores casa Margarita Shedd, delicioso sitio (Arreola, Bonifaz, Carballido, Chávez Guerrero y Magaña)…[17]

Por la información que proporcionan ambas entradas, se puede ver cómo Margaret Shedd se acercó a don Alfonso con el objetivo de becar a tres alumnos de El Colegio de México. Alfonso no duda en elegir a Juan José Arreola. Respecto al Centro él mismo diría:

La fundación del Centro Mexicano de Escritores por parte de la señora Margaret Shedd, vino a enriquecer notablemente mi vida y mi trabajo de escritor. Por invitación de ella, firmé como testigo el acta notarial de creación del Centro, luego pertenecí al primer grupo de becarios en 1952; mis compañeros de beca fueron Rubén Bonifaz Nuño, Alí Chumacero, Emmanuel Carballo, Sergio Magaña y Herminio Guerrero[18].

Además de escribir y publicar sus libros, Alfonso Reyes apoyó a otros para que escribieran y publicaran los suyos y, en ciertos casos, para que se tradujeran libros extranjeros en los que El Colegio tenía algún interés. Reyes se complacía en el papel de mecenas de la cultura literaria mexicana, en ayudar a quienes se iniciaban en el oficio de escritor e, incluso, a algunos ya consagrados. El éxito de Reyes como benefactor de la vida literaria mexicana consistió también, y sobre todo, en su buen ojo para detectar el talento donde lo había: tal es el caso de Juan José Arreola, quien apreciaba a don Alfonso más allá del hombre que había apoyado la publicación de sus dos libros más importantes. Más allá de dedicar el mayor elogio que escritor alguno le haya enviado acerca de su obra: “no me canso de mirarme en su espejo”[19]; más allá del hombre que le escribía en momentos de complicados problemas sentimentales: “Yo no quiero que su vida de escritor acabe entre las piernas de las mujeres”[20]; Alfonso Reyes fue el hombre que, en palabras de Arreola, “más que un maestro, él se convirtió en un padre para mí”[21].

* * *

 

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BIBLIOGRAFÍA

Arreola, Orso, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola. México: Diana, 1998.

Díaz Arciniega, Víctor. Historia de la casa: Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, 2ª ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1996

Paso, Fernando del. Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso, 2a. ed. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996 (Memorias Mexicanas).

Stanton Anthony (ed.). Alfonso Reyes/Octavio Paz. Correspondencia (1939-1959).  México: Fondo de Cultura Económica-Fundación Octavio Paz, 1998.

Lida, Clara E. y Matesanz, José Antonio. El Colegio de México: una hazaña cultural 1940-1962. Con la participación de Antonio Alatorre, Francisco R. Calderón y Moisés González Navarro. México, D.F.: El Colegio de México, 1990, (Jornadas, 117).

Reyes Alfonso. Diario VI, Víctor Díaz Arciniega (ed. crítica, introd., notas, fichas bibliográficas, cronología e índice), México: Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 2013.

[1] Arreola, 1998, p. 221.

[2] Paso, 1996, p. 29.

[3] Paso, 1996, p. 30.

[4] Arreola, 1998, p. 226.

[5] Arreola, 1998, p. 229.

[6] Areola, 1998, p. 229.

[7] Arreola, 1998, p.229.

[8]Arreola, 1998, p. 234.

[9] Arreola, 1998, p. 236.

[10] Paso, 1996, p. 66.

[11] Arreola, 1998, p. 265.

[12] Arreola, 1998, p.270.

[13] La presentación de la colección era elocuente: “La nueva iniciativa del FCE responde a una idea ya antigua en esta Editorial de crear una biblioteca de la cultura general dirigida al vasto público de todos aquellos que deseen adquirir –o ampliar– los conocimientos esenciales a nuestro tiempo, sin pasar necesariamente por el camino de una especialización universitaria. El propósito de los Breviarios es, precisamente, llevar la universidad al hogar mismo de quienes, por diferentes razones, no pueden asistir a las aulas”. Véase: Díaz, 1996, p. 110.

[14] Díaz, 1996, p. 95.

[15] Arreola, 1998, p.269.

[16] Reyes, 2013, p. 377.

[17] Reyes, 2013, p.465.

[18] Arreola, 1998, p. 279.

[19] Arreola, 1998, p. 287.

[20] Arreola, 1998, p. 288.

[21] Arreola, 1998, p. 287.

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