Juan José Arreola es luz o es oscuridad
Entrevista a Enrique Villaseñor
Por: Josafat Reyes y Edder Tapia.
Texto por: José Antonio Martínez, Edder Tapia y Tzara Vargas.
En octubre de 1953 la Revista de la Universidad de México publica un artículo del joven Juan José Arreola,[1] en el cual relata su visita a la muestra fotográfica de la jalisciense Lola Álvarez Bravo expuesta en el Palacio de Bellas Artes. El texto de Arreola, más que describir las piezas, transmite al lector sus reflexiones sobre las fotografías, para él “Los rostros, las actitudes, la callada fisonomía de los objetos y el indiscernible juego de la sombra y de la luz, aparecen ante nosotros convertidos en verdaderos trances del espíritu, en fieles expresiones de una personalidad creadora”.[2] Fueron similares las impresiones del fotógrafo y académico mexicano Enrique Villaseñor cuando a finales de los años setenta elaboró Metáforas de plata, serie de fotogramas que tiene como centro la figura de Juan José Arreola y su capacidad de improvisación.
Entusiasmados por el característico trabajo de Villaseñor, lo contactamos para conocer la historia de su exposición y el vínculo que entabló con el escritor al llevar a cabo dicho trabajo. Hombre amable y conversador que nos recibió en su estudio ubicado en el segundo piso de un edificio de la colonia Roma, y así, rodeados de una amplia colección de cámaras de todo tipo, cuadros, carteles y una selecta biblioteca. El fotógrafo recordó su experiencia con el maestro.

Enrique Villaseñor: Para mí, Arreola significó un acercamiento a la literatura a un nivel que no conocía; no es lo mismo leer un libro que tratar a su autor en persona. En algún momento tuve la oportunidad de hablar con Gabriel García Márquez y me contó un secreto sobre el final de El coronel no tiene quien le escriba, pero ni me pregunten porque no se los voy a decir.
Yo soy arquitecto de profesión, pero en aquel tiempo empezaba mi carrera como fotógrafo. Un día fui a sacar fotos a la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde los panteones son muy poéticos y misteriosos. Conocí a Juan José por pura suerte. En la tumba de Amado Nervo, el jalisciense grababa una cápsula para un programa de televisión, estaba sentado en una cripta con sus sándwiches sobre una servilleta y alrededor de él varios camarógrafos. Me acerqué a ellos y comencé a tomarle fotos. A nadie le extrañó mi presencia ahí; seguro Arreola pensó que yo era del Canal 11 y los del canal que venía con él.
En ese tiempo tomaba clases en La Casa del Lago con Lázaro Blanco, otro monstruo como Juan José Arreola, pero de la fotografía. Uno de los ejercicios preferidos de Blanco era el fotograma, es decir, la fotografía tratada con químicos por medio de diferentes procedimientos experimentales a través de la luz; era el photoshop de hace 40 años, se lograban cosas interesantes. Se me ocurrió hacer algunos fotogramas con las imágenes de Arreola, los hice y me gustó lo que salió; ¡ver el resultado a través de químicos y negativos estaba cañón! Se los mostré a Lázaro Blanco y me dijo: “Enrique, nunca había visto un trabajo como el de usted”, lo cual me alentó mucho. Sólo hice cinco o seis, aún los conservo. Los fotogramas son piezas únicas, no se repiten, son impresiones en papel trabajadas con ampliadora, no existe negativo directo ni siquiera como grabado, es como hacer a tinta dibujos que no puedes repetir.
Después le enseñé el material a Rafael Rodríguez Castañeda, amigo mío y un gran escritor; al verlas me dijo: “¿Es Juan José Arreola? Están muy bien tus fotos. Yo lo conozco, es mi amigo desde hace mucho, fui su alumno. ¿Por qué no se las llevamos?” Días después, Rafael me invitó a la casa de Arreola en la colonia Cuauhtémoc, en Río Rin. Al llegar a la puerta de entrada vimos que de un auto negro elegante bajaba, como una sombra, como un fantasma, un hombre muy delgado, espigado, con una capa tapándole la cara, un sombrero negro y zapatos bostonianos; ese era Juan José Arreola. En dos zancadas brincó del coche hasta la puerta de la casa, fue una llegada muy impresionante, todavía me emociono cuando lo cuento. Nos saludamos respetuosamente, Rafael me presentó como su amigo y él nos invitó a pasar.
Entrar a su departamento era ingresar a un mundo completamente extraño, a una colección de objetos y de espacios con diseños que sólo a él se le podían ocurrir: camas antiguas, libros por todos lados, esculturas, pinturas, dibujos. El primero en hablar fue Rafael: “Le traemos esto —dijo—, es una serie realizada por Enrique”. Al verla, Arreola se quedó sorprendido. “Me han retratado cientos de veces, pero nunca habían hecho algo como esto. Me gusta porque está totalmente en la onda”, fueron las palabras del maestro al ver mi trabajo. Él ya sabía que existía esto de la onda y lo utilizaba. No era una persona que usara el lenguaje de manera vacua.
Estuvimos hablando sobre los fotogramas, Arreola los relacionaba con sus lecturas. “Esta foto me recuerda a la desconocida del Sena, una mujer que encontraron muerta flotando en el río”, y comenzó a relatar la historia de la mujer desconocida a partir de una de mis piezas. Me dijo: “Tenemos que seguir con esto porque me gusta mucho”. “Si quiere le hago unas fotos”, le propuse. “Sí”, contestó él.
Seguimos viendo la serie y Rafael sugirió: “Maestro, por qué no escribe algo para las fotos”. “Mire, en estos momentos de mi vida estoy ocupado”. En ese entonces estaba en televisión, era la estrella, no tenía tiempo de hacer absolutamente nada; andaba en la farándula. “No puedo ahora porque estoy ocupado, pero quizá pueda hacer un prólogo o una biografía apócrifa, yo hago mi autobiografía apócrifa”. Hubiera sido increíble, pero nunca la hizo.
Ese mismo día le hice unas fotos y le pedí que declamara algo. Distinguí algo que podría ser su recamara, con un telón negro de bolita, tipo cortina antigua. Se puso enfrente y comenzó a declamar: “En este límite, que es el cortinaje que divide al teatro y a la realidad, nos damos cuenta cómo el teatro y la fantasía se mezclan…”, y se soltó hablando. Fue una improvisación. Juan José Arreola poseía una espontaneidad nata, era impresionante.
Acabada la sesión, quedamos de acuerdo para continuar con la serie. Fuimos varias veces. Le gustaba mucho hacerse el interesante; tenía con qué. Me volvió a citar y acudí. Al recibirme me dijo: “hoy no estoy como para que me tome fotos porque tuve una comida con el embajador de Francia. Vengo muy agotado”. “Entonces me voy y me habla cuando quiera que venga”, le contesté. “No, no, no. Yo creo que me tomo una aspirina y me cambia la faz”.

Lo visité varias veces y prácticamente nunca dije nada. Él hablaba durante horas y yo sólo escuchaba. Esta experiencia fue uno de los más grandes placeres para mí. Me voy a morir con eso. Finalmente terminé el trabajo, era muy kitsch, muy ingenuo. Él lo vio y le regalé un fotograma donde sale en una tumba; fue el que más le gustó; por cierto, salió publicada en la contraportada de El último juglar. Me dio mucho gusto. Para mí fue un honor haber colaborado con él y compartir esas vivencias con él. Después de ese día ya no nos vimos.
La técnica que utilicé para Metáforas de plata es en blanco y negro porque son los colores que se utilizan al empezar a estudiar y ¡qué bueno!, porque esas imágenes a color hubieran sido espantosas. Con Juan José Arreola es blanco y negro, yo creo que su lenguaje es así, no hay matices; es luz o es oscuridad. Es una persona de claroscuro; tiene riqueza de luz y riqueza de sombras. En su personalidad hay sombras, muy gruesas, pero también hay luces. Por otro lado, el fotograma sólo se hace en blanco y negro, así tenía que ser.
Expuse Metáforas de plata por primera vez en la Alianza Francesa, en Buenos Aires, Argentina. Fue muy bonito porque el edificio es antiguo, un poco afrancesado, con muebles que evocaban la casa de Arreola. Gustó mucho. Después la expuse en el Colegio de Arquitectos. Estas dos exposiciones fueron en Argentina, en 1979, cuando fui a estudiar un posgrado a la Universidad de Transporte Urbano de Córdoba. Por cierto, que eso fue durante la dictadura de Videla. Imagínate, ¡Me fui a estudiar en plena dictadura y ahí expuse el proyecto del maestro Arreola! Pero esa es harina de otro costal. Recuerdo que en ese viaje me llevé los fotogramas en mi maleta. Uno carga con sus cosas cuando viaja, eran piezas pequeñas, de 8×10. Viajé con las originales en un sobrecito, se las mostré a la gente de allá y así fue como me abrieron las dos exposiciones.
Luego regresé a México. Las presenté en otros lugares y abrí mi sitio de internet, ha sido una página muy consultada[3]. Actualmente las imágenes ya son utilizadas profusamente como material de referencia en varias escuelas, los alumnos las reproducen, las manipulan y hasta las colorean. A veces me escriben o me mandan mensajes. Para la creación de la página, invité a colaborar a unos alumnos de la UAM-Iztapalapa[4] y realizaron un trabajo que me encantó: “Juguete cómico en un acto”, un homenaje a Juan José Arreola formado por una selección de fragmentos de toda su obra.
En fin, todo en torno a Arreola era único. Me sorprendía esa capacidad de poder leer libros, imágenes e ideas con la misma intensidad. Veía una foto y lo hacía con una profundidad que ni los fotógrafos pueden, con las ideas era lo mismo. Tenía un increíble gusto por la vida y jugaba con ella. Todo era jugar; el desmadre de salir en la televisión y ponerse un sombrero, una capa y actuar. Amor por vivir y por tomarse la vida en serio, aunque no tan en serio desde su punto de vista; por eso escribía de esa manera, escribía libre, pero con todo el rigor de la escritura. Como él decía, “estoy en el límite…”, cruzaba de acá para allá la línea divisoria del cortinaje del teatro.
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Muestra de «Metáforas de Plata»
NOTAS
[1] Para 1953 había publicado Varia invención (FCE, 1949) y Confabulario (FCE, 1952).
[2] Arreola, J. J., “Inventario. Lola Álvarez Bravo” Revista de la Universidad. Vol. VIII (2). Octubre 1953. p. 32
[3] http://www.fotoperiodismo.org/arreola.htm
[4]Los estudiantes fueron: Karina Piña, Victor M. Ríos, Alfonso Macedo, Gabriela López.