Meteorito de suerte y otros poemas
Andrea Muriel nos comparte tres poemas de su primer libro, A veces el amor es un cactus (Osa menor, 2019). Su escritura tiene la vitalidad eléctrica del presente, y sin embargo, esto no le impide indagar en las emociones e inquietudes más primitivas y perdurables.
Andrea Muriel
Meteorito de suerte
Qué probabilidades había hace 65
millones de años de que hoy
tú y yo estuviéramos en un museo
frente a enormes esqueletos de hadrosaurio
cristales de aragonito
fosilización de peces en masa.
Qué probabilidades hay hoy
de que en otros tantos millones de años
sean nuevos seres los que visiten
formaciones calcáreas de mi esqueleto
restos del fémur izquierdo del señor de la taquilla
un bote de jabón roma y tu reloj casio vintage.
Después de una conferencia de Stephen Hawking
Nos quitamos la ropa uno frente al otro,
sabiendo que nuestros cuerpos jamás se tocarían.
Te acercaste a mí y poniendo tu mano en mi cintura
me hiciste olvidar a Stephen Hawking
y cómo los átomos ni siquiera se rozan:
lo que sentimos son descargas eléctricas de un átomo que repele al otro.
Me concentré en ti y quise
convencerme de que ese beso
—tal vez demasiado húmedo
un tanto apresurado ahora que lo pienso—
era, de alguna manera, real.
Me besaste de nuevo
y tu urgencia volvió a delatarte.
No pude seguir.
Yo sabía que muchas cosas tuyas
se me escapaban al tocarte
pero quise pensar que al menos en este plano
—fuera de la física cuántica—
podríamos compartir algo.
Sin embargo te vi cada vez más lejos,
como esas partículas subatómicas:
los electrones de valencia,
intentando unirse de algún modo
sin lograrlo.
Rosas
Debiste dejarlas en el hotel
sólo te estorban —me dijiste
mientras subíamos al autobús.
Nos habíamos peleado en la mañana
y las maletas hechas con torpeza
evidenciaban nuestra urgencia por salir
de aquella habitación a tiempo.
Llegando a la estación
cargaba en mis manos el sweater,
mi maleta, el paraguas,
y sostuve bajo el brazo las rosas
que me regalaste la noche anterior.
Cuando llegamos a casa, no las tiré:
tuve que cortar un poco más sus tallos
y supe cuánto necesitaban
sentirse fuertes y unidas
así que las acomodé para que la más resistente
sostuviera a las más frágiles
y conseguí una estructura firme en apariencia.
Las puse en agua con hielos, poca sal
y les quité los pétalos maltratados.
Mientras nos metemos a la cama,
pienso en la posibilidad
de que todo esto haya sido en vano
que mañana al despertar estarán muertas.
Tal vez tenías razón
debí dejarlas en el hotel
dentro del florero,
bajo los rayos de luz iluminando la habitación;
tal vez así la mucama
habría disfrutado su frescura
y nosotros no las habríamos visto
descomponerse
en el asiento del autobús
de regreso a casa.
* * *
Andrea Muriel (Ciudad de México, 1990)
Es poeta y traductora. Estudió la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP y la maestría en Letras Modernas – Inglesas en la UNAM. Ha traducido varios libros del inglés y del italiano entre los que destacan el poemario Dímelo de Kim Addonizio (Valparaíso, 2016) y la novela La imperfecta maravilla de Andrea de Carlo (Seix Barral, 2018). Fue parte del programa de escritura creativa de la Fundación para las Letras Mexicanas. A veces el amor es un cactus es su primer poemario (Osa menor, 2019).
