L’Étoile de Mer
Selene Flores
En este poema de Selene Flores, la inocencia y lo siniestro son como hermanos siameses que comparten un mismo corazón; con esmero ejemplar, cada verso nos muestra una u otra de sus caras que, al final, descubrimos como mitades insólitas de un solo organismo inseparable.

I
Fuimos al acuario,
la escena estaba en los tonos azules de la náusea,
vértigo de viajero,
todo me era familiar.
Elevadas, habían unas enormes peceras sin techo
para acercarse y acariciar a las rayas, a los moluscos.
Pensé que sería como acariciar un cachorro,
nunca tuve un cachorro,
el perro que me persiguió de niña
me paraliza todavía en sueños.
Metí la mano derecha, alcancé una estrella de mar.
Amoratados,
sus piernas, miembros, picos
se cerraron como una mano entre mis dedos.
Mi madre me jaló hacia el otro extremo de la sala
¿te parece gracioso estrangular animales?
Las madres y los niños me miraron
como si estuviera yo trastornada,
razonable, producto de un vientre neurótico.
Fue la primera vez que me tomaban de la mano.

II
Estaba triste como era costumbre,
sentía que la tristeza se me había grabado en la cara,
cuando la fiebre pasó
los ojos se me quedaron gachos
las pestañas se me alaciaron de las orillas.
Con su mano, en la que cabía mi cara entera,
me tentó.
Dijo que me apartara el pelo de la frente
que dejara de llorar, porque con la cara roja
no había manera de saber si era enfermedad o berrinche.
Aprendí a hablar de nimiedades;
padre, pregunté, cuánto tarda en morir una estrella.
III
Yo, sinceramente, lo esperaba.
Un día desperté con los dedos rosados
muy rosados en las puntas,
salvo el medio y anular
que seguían anormalmente blancos.
No tuvieron que decirme nada los doctores,
yo sabía que un día despertaría
con algo así de extraño en el cuerpo.
Y todos los puntos de mi vida
se unirían por fin para formar una figura.
Yo sabía que un día perdería la mano
de la que se agarró la estrella de mar.

IV
No sabía cómo tratar mi mano desprendida,
no era más mi mano,
respiraba por sus poros,
no necesitaba de mí.
También es cierto que le guardaba rencor,
pude conseguir una pecera,
pero no lo hice.
Quería, quizás, que se muriera.
V
En medio del sueño,
la caricia cálida que procuraba mi descanso
me apartaba los mechones de cabello
adheridos a las mejillas a causa del sudor.
Desperté sangrando profusamente por la nariz,
tuvieron que cauterizarme las fosas nasales con fuego.
Mi mano desertora había huido para siempre,
de mi muñón
ya nada se asomaría.
Selene Flores (1998)
Es poeta y estudiante de Sociología en la Universidad de Guadalajara. Es autora del poemario Cinema (Cuadrivio, 2018) y colaboradora en la plataforma Liberoamérica. Dirige el blog de crítica cinematográfica aireconcretoescribe.com y realiza apoyo para la investigación en la Unidad sobre teoría social y metodología de la UdeG.
