Arquímedes
Pocas experiencia sensoriales son tan vivas como estar dentro del agua: movernos, nadar, estar envueltos, nacer. Miguel Pedroza transmite el paso de esta vivencia elemental a un estado de exaltación, como si se tratara de las anotaciones para una ceremonia de los sentidos.
Miguel Pedroza
La creación implica una valoración de las experiencias y procesos vitales de los que se desprende una sensibilidad.
Nosotros, Arquímedes:
Todas las piscinas están conectadas en el fondo.
Nítida la capa; fuera de ella, la atravieso con la mirada aguzada, reflejante; la atravieso entre una ola y otra para poder ver el fondo. Fondo azul turbio. Flexiono la rodilla derecha y penetra una parte de mi cuerpo la delgada sábana líquida, tensa si se acerca uno, como una telaraña. Luego rompe y se abre; cuando se abre, se eleva el nivel del agua imperceptiblemente, pues no es la tina de Arquímedes .
Llamo al fondo gritando, el sonido es todo vibración, y si en el aire los cuerpos sólidos son masas y golpes, aquí, el tacto del agua contra uno avisa una blusa que recubre cada pliegue del cuerpo, llega como el tiempo. Íntima unión. El tacto confunde ese momento con una capilla, y es la ola que va hacia mi izquierda la que dirige mi cuerpo hacia allá, hasta chocar con una de las paredes que me devuelven el empujón de Doppler, en dirección opuesta.
No molesten mis círculos.
No se muevan, quiero barrer la capilla antes de empezar.
La tierra, los ovillos de cabello, se alzan; si no se van hacia el remolino, es imposible barrerlos porque el agua los ralentiza.
No se muevan.
Kuökning IV by Erika Johansson (2011).
En aquel mar de medio oriente floté con otros muertos. El movimiento debía ser mínimo; estábamos muertos, por eso flotábamos. Por eso no salpicábamos. ¡Ora, no salpiquen! El agua verde tornasol era vidrio fundido, fluido, en frío. Hacía mi instinto una ecuación armónica para equilibrar los cálculos de mi ojo con los cálculos de mi tacto. La sensación dominó hasta después de unos minutos flotando en el cristal salado. Sé valiente, que no es más que agua tibia. No, es vidrio. Un hombre de imaginación teme ante la verdad de los sentidos, aquello era vidrio fundido.
Los pensamientos se acendran aquí en la piscina, tanto que no molesta que se mezclen. La confusión flota afuera. El peso de la gracia entra aquí abajo y no duerme.
Siempre he preferido que la brazada que me sigue sea femenina; me alcanza su caricia a distancia, sin sentir su piel: así me agito menos, así no me canso. ¿Hasta dónde llega el cuerpo? O, ¿hasta dónde llega la presencia de un cuerpo?
La bocanada de aire deja espacio a una pequeña invasión. El pulmón no quiere profanar, se contrae, al pulmón no le gusta la altura, hace mala cara, no le gusta la profundidad, aquello mezclado lo contraría más; el izquierdo más que el derecho. Abro los oídos al medio acuático y los dejo como un recipiente hundido. Quiero oír con él lo que hay en él. Y sí, los sonidos se modifican. Las burbujas traen vocales atrapadas. ¿Cómo es que se puede mezclar el sonido de las marimbas inconscientes con los glifos efímeros que trazan los brazos estirados? ¿Cómo se transita en un camino subacuático con la sensación siempre presente de traer el corazón dorado, la mollera abierta y el centro de la frente arrojando al otro una flama templada? Soy un nadador tolteca ultraplatónico con la fontanela cenital abierta al sol. Verde colibrí.
Hundo un cirio, lo enciendo en la profundidad y se enciende porque le he quitado la memoria; se enciende por fe, que es la fe de todos los que nadan ahora. La alberca son los ojos, después de impulsarme me veo en el espejo turquesa formado en la superficie. Pandeo la superficie con mi corona y ese movimiento llega hasta acá. Puedo andar y nadar con los ojos cerrados como un murciélago. Nada es dejado a la inercia; hay un fondo de fondo admonitorio que nos lleva y llevamos con cautela. Somos marismas en comunión.
Aquí hay un umbral hundido; un aleteo lapizlázuli suspendido. Una armonía creada por el preinstante; un texto que es diamante. Sábana traslúcida, espejo hijo de la belleza ¿cuál es el misterio?, gracias: yo cardumen, ellos yo.
Desde aquí la sustancia está en la fosa, el desierto es fósil y semilla, escoria que llega a su fin. Se rompe la tensión superficial. Alguien arroja un vaso y una hoja de periódico. El vaso flota… comienza a hundirse.
Bajo a la profundidad de una laguna, en el vientre de un caimán, a buscar los consejos del salmón ¿Por qué he perdido el miedo a respirar debajo del agua?
Mi empresa álmica no perece cuando salgo de la alberca, pues es cuando empieza a llover.
¿En dónde está mi madre?
¿En dónde está la diosa de cantera blanca virgen que dejé aquí?

Miguel Ángel Pedroza Ochoa (México, 1986)
Estudió Artes Plásticas en la UNAM, especializándose en escultura. A la par, cursó el Diplomado de Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Ha expuesto de manera individual y colectiva en la Ciudad de México, en Sevilla y en Vitoria Gasteiz. Fue becario del FONCA en el programa Jóvenes Creadores durante 2014-2015. En 2016, participó como residente en el Hotel Ganzo de San José del Cabo. Colaboró con la revista Egiar Aldizkaria n°1 con la serie Piedra de sí (proyecto apoyado por la Fundación Bilbaoarte). Fue seleccionado como artista emergente para exponer en Arte Careyes 2017. Este mismo año, impartió la conferencia La idea de lo leve en lo escultórico, en el Programa de Experiencias de Investigación de la Coordinación de Redes para la Investigación y Experimentación en los Diseños y las Artes (CORIEDA UNAM).