Poemas del taller «Alcohol y desamor»

En 2024 se llevó a cabo este taller de poesía, impartido por Sabina Orozco, y el resultado fue espectacular. Hoy presentamos tres poemas de las participantes, de los que Sabina escribe: «Estos textos pertenecen a tres poéticas que enuncian desde la vocación de transitar territorios inhóspitos: el desamor, en el caso de Sahori Pacheco; la imponencia de las ciudades, en Renata Uribe; o el desierto, en Perla Mendoza. Sus versos son brújula para las voces líricas que ofrecen a quien lee la experiencia del despojo y el deslumbramiento».


Hablé de ti
de la carta
¡Rompan proscenio
la revancha todo lo puede!
Yo quiero SANGRE

Hablé de ti
sin llegar a nombrarte
        será melón
        será sandía
pudo
ser un hombre

Hablé de ti
porque a mi lengua dientes de sierra
le divierte herirte
                                  partirte

destrozarte

Hablé de ti- – – – – – – – – – – – –
ya que te derramas recuerdo
olor a rojo, hierro

ya que resultas
astillas


– – – – – – un pedazo de yerro

Hablé de ti
del libro
desterrado al baño de un teatro

(S conjura a Macbeth).

que tu fantasma
siga haciendo el ridículo

atormente a alguien más con tus gustos,

nunca lo leí.


Para R.: 

Hoy trabajé bastante. Las zonas horarias con mi equipo son tan distintas que comencé juntas desde las siete. Y mientras todos hablaban en un inglés indistinguible, miré hacia mi escritorio abarrotado de libros, donde apenas existe un recoveco para mi computadora. 

Hace mucho quería comprar un librero blanco, pero no me dejaste. Dijiste que mejor construyéramos uno. 

Iban a ser dos libreros. Muebles gemelos con habitantes tan distintos. 

Y un sábado llegaste a mi casa con escalímetro, escuadras y, cargando tu portafolio viejo de dibujo técnico. 

Hiciste los planos tú solo sobre la mesa del comedor. No me preguntaste nada. ¿Cómo lo querías tú? Ni el tamaño, ni la forma. Sólo a ratos me presentabas las medidas. Yo te veía dibujar. Y borrabas tus descuidos en lápiz. 

Yo uno pequeño, que cupiera debajo de la ventana de mi cuarto, y tú otro que pudiera hacerse un espacio entre tu cama y el clóset. Todos mis libros no eran para uno pequeño. 

Aún tengo los planos bien trazados en la libreta azul. Desde todos los ángulos y con las medidas escritas en las esquinas. 

Hoy me acordé de ese librero en borrador. 

Y también pensé en ti mientras manejaba. Porque voy sola por esta ciudad y al final tú tampoco me enseñaste a manejar. 

Cuando comía debajo de la oficina, ocurrió una balacera. Sí. Matan a alguien en el centro comercial. Sucede en aquel restaurante en el que alguna vez nos sentamos juntos después del baile. 

¿Cómo era cantar salsa en tu carro camino a mi casa, y repasar los pasos todo el tiempo? Inventarnos vueltas y sombreros aún en el trabajo. Ahora ya nadie me deja en mi casa. Yo tengo carro. 

Pero después de aquel susto inminente de la muerte no quise manejar. Hubiera preferido llamarte y que me llevaras. No. Entonces escuché tango todo el camino de regreso para tapar la angustia con el bandoneón. 

Me pregunto si bailarás en aquella ciudad tan gris y amontonada. ¿Habrás adoptado la cumbia? ¿Otra salsa? Abandonado el torbellino del tango y la salsa cubana.

No construiste mi librero. Y yo ya no me acuerdo como iba ese paso que inventamos.


El viento rebota
las palmeras,
la luz cenital cuenta
los pasos.
La Ciudad Ocre
sacude,
las siluetas.

Las voces afiladas,
penetran las sombras,
las manos
trenzan los días,
bordan las huellas
con las caras del Sol.


Los ecos brincan
el tiempo,
amordazan las pupila.
Sahara,
respiro tu silencio.



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